Sin tobillera, amenazado y con custodia de Gendarmería. Así vive el contador de los Kirchner, que tras dos años en la cárcel pudo recuperar el amor de su familia
Manzanares está sentado en su escritorio. Frente a una ventana ve pasar a los vecinos de toda la vida. Levanta su mano para saludarlos pero no siempre hay respuesta. Es una “ventana panóptica”, él ve a todos, no todos lo ven. Eso lo tranquiliza. Pasa lo contrario al llevar a sus hijos al colegio, al ir al supermercado y al encontrarse con la gente que conoce desde chico, cuando su padre tenía uno de los estudios contables más importantes de Santa Cruz. Algunos ven su arrepentimiento con buenos ojos. “Es un buen muchacho y merece otra oportunidad”, dice una vecina. Ella es del grupo de quienes lo saludan y hasta le piden una selfie “porque se hizo famoso” después de ser detenido hace exactos cuatro años, en aquel julio del 2017 por orden del juez -fallecido- Claudio Bonadio.
Otros, sin embargo, bajan la vista al verlo. “Hay una grieta en Gallegos de gente que era amiga y ahora ni siquiera se saludan”, remarca un habitante que prefiere ocultar su nombre. El contador es consciente de su rol protagónico durante el esplendor kirchnerista. Sabe que muchos dudan de su arrepentimiento. Dicen que aprovechó la figura legal “solo para su propio beneficio”. Ahora está algo encorvado, con el pelo más blanco y “más gordito”: recuperó el peso que había perdido en esos casi dos años de encierro agobiante en una celda del penal de Marcos Paz, en donde comenzó su proceso de introspección que convirtió en confesión y en “conversión”.
Algunos fantasmas se entremezclan entre los pensamientos de Víctor Manzanares por estos días, en el frío y húmedo Río Gallegos. Espectros de un pasado reciente se asoman en su mente laberíntica, memoriosa, detallada y matemática mientras repite rutinas metódicas en su casa. Oscila entre olas pendulares y no puede evitar el naufragio al recordar la opulencia kirchnerista que supo ordenar desde su estudio contable. “El distracto -documento- en la compra y venta de un terreno es la prueba del lavado de los Kirchner”, repite como si un martillo lo machacara para emanciparlo. Un latigazo auto infringido para corroborar que aún vive en el “purgatorio”, pagando su pena, como en la novela de Dante Alighieri.
En una impasible celda de Marcos Paz tuve el primer encuentro con el críptico contador, después de un largo proceso para convencerlo, mientras sorteaba las medidas de seguridad para llegar a ese pabellón de máxima seguridad. Aún recuerdo ese momento; Manzanares me esperaba de pie. Extendió su mano y sentí sus huesos fríos en ese universo tumbero y apocalíptico. Su humanidad sacudida por el encierro para el que “nunca” se preparó dejaron visibles cicatrices. Habló pausado y en clave: lo escuché durante casi dos horas, casi sin interrumpirlo. Me fui con la rara experiencia de conocer a un personaje enigmático y sombrío. Sus ojos contaban miedo y desconfianza. Antes de irme me dio un papel con un “mensaje” que más tarde pude descifrar. Era una advertencia de lo que sobrevino.
Ahora, el ex contador rememora aquellos años que cambiaron ¿definitivamente? la raíz de su ciudad natal: “Río Gallegos se transformó en ‘La ciudad del pecado’ con el kirchnerismo. A muchos les ofrecieron hacer un negocio con el Estado y la mayoría sucumbió ante la tentación”. La ilusión de aquella tierra prometida, la Patagonia rebelde, plagada de héroes que inspiraron libros y películas, se derrumbó como un castillo de naipes. Sin clases hace dos años, con hospitales y rutas sin terminar; casi toda la población está colgada del empleo público con salarios atrasados al borde de la quiebra (agravada por la pandemia). La foto de Austral Construcciones, la emblemática empresa de Lázaro Báez, es un resumen que se observa desde la ruta 3: está arrumbada amontonando chatarra, la otrora maquinaria para las rutas prometidas. Los cientos de propiedades, terrenos y estancias de los ex funcionarios kirchneristas -además de Lázaro Báez- asoman en el desierto del olvido al igual que el edificio de Hotesur, “un monumento” de un imperio derruido.
Manzanares pasa horas en su escritorio, con la vista perdida en el infinito, esperando una respuesta que no llega. “Lamento haber caído en esa trampa, tenía las defensas bajas”, dice entre fotos familiares y papeles secretos. Se hace un silencio, un instante infinito que cesa cuando aparece en su memoria un objeto que guarda con incalculable valor. Es una carta que le envió Ricardo Balbín hace varias décadas, cuando el líder del radicalismo estaba en el tramo final de su carrera. En la misiva, Balbín le advertía de manera premonitoria, que siga por el camino del esfuerzo y del bien y que se cuide de no caer en las trampas que ofrece el poder. El manuscrito es breve y revela la calidez del autor por el joven estudiante al quien le auguraba lo mejor. En ese entonces Manzanares tenía algo más de veinte años. Su padre, también contador, “era un radical de pura cepa”, muy estricto con Víctor, quien le había advertido que “no trabaje para los Kirchner”. Pero el hijo lo desafió en eso también…
Hoy está entre el cielo y el infierno, a la espera de la notificación para declarar en el juicio Hotesur y Los Sauces. Dice que se arrepiente de haber aceptado custodiar en su casa los casi 30 millones entre dólares y euros que le encargó Daniel Muñoz, el ya fallecido ex secretario de Néstor Kirchner, cuya fortuna todavía no se terminó de calcular entre cuentas bancarias, propiedades en Nueva York, en Miami y en paraísos perdidos. Manzanares me mostró el altillo en donde guardó cada uno de los bolsos, al que se accede a través de una diminuta escalera rebatible. Eran los tiempos en donde la plata se pesaba antes de ser guardada en cajas fuertes y bóvedas. Muñoz reconoció que hizo su propio botín recaudando parte del dinero k usando un tamaño de bolsos un poco más chico que el resto de los que transportaba en aviones. “Se robaban entre ellos”, me dice un alto ex funcionario que conoce a todos. Cuando Manzanares le preguntó a Muñoz si no era mucho ese “robo” en bolsos, cuentas bancarias y propiedades, el ex secretario le dijo: “es el canon que le cobramos a la Patria por nuestra exitosa gestión” (sic).
Sus largos días de declaraciones ante el juez Bonadio y el fiscal Carlos Stornelli, posteriores al acuerdo de 2019 para convertirse en imputado colaborador, se convirtieron en la sustancia de valiosos expedientes. Otro “mandato confesado” fue sobre el rol que cumplió en la visita al juez Oyardibe -a órdenes del entonces presidente Néstor Kirchner- para “ordenar” la investigación por enriquecimiento ilícito contra el matrimonio presidencial. El ex contador, que renunció a su matrícula luego de transformarse en imputado colaborador, pudo liberarse de la tobillera electrónica durante este año; “un souvenir” que portó como recordatorio de su “karma”. La tobillera llevaba un geolocalizador que lo acompañó desde que dejó el departamento en donde estuvo “escondido” luego de su arrepentimiento.
La primera entrevista grabada la hice en 2019. Tuvimos que firmar un acuerdo de confidencialidad para no develar el lugar en donde estaba Manzanares. Era un departamento derruido, con paredes desgajadas que funcionaba como nicho para los testigos protegidos, imputados colaboradores y arrepentidos. Recuerdo que cuando llegamos, salían custodios por todos lados y nunca dejaron solo a Manzanares. No fue un ambiente ideal para el reportaje que hicimos para el programa La Cornisa con Luis Majul.
Ahora el ex contador está más aliviado; se reclina y balancea sobre su silla con las piernas cruzadas. Sospecho una impronta defensiva y de catarsis. Los fantasmas lo alcanzan de noche, en pesadillas y recuerdos. No puede olvidar esos días de abandono que sufrió en la celda, donde “no quería comer por temor a ser envenenado”. También recuerda el desamparo de Cristina Fernández cuando le pidió ayuda. Y le pesan las últimas visitas de “dirigentes de La Cámpora” de primerísima línea, que recibió como “mensajes” para que claudicara en sus deseos de confesar la verdad.
Está formalmente en libertad, sin tobillera, pero con otras ataduras simbólicas. Incluso podría salir del país con permiso del juzgado. Trabaja ordenando sus papeles y su mundo interno. Se sostiene dentro de una familia con buenos ingresos y “trabaja eventualmente” en proyectos menores. Dedica parte de su tiempo a su familia, en tareas domésticas y compartiendo con sus amigos: “son lo mejor que tengo, por ellos me arrepentí”. Atrás quedó su decisión, detallada descripción en mi libro La Confesión del Contador (Ediciones Lea, 2019), de cambiarse el nombre, el rostro e irse a “vivir a la última isla de la tierra y empezar de nuevo”. En ese momento pensaba en la venganza surgidas de sus confesiones, de sus delaciones, algo que en el mundo de las organizaciones criminales se paga con la vida, como señal inequívoca del costo de confesar.
Sus primeros días en prisión estuvo sin comer. Solo tomó agua. Bajó de peso muy rápido, hasta que encontró cobijo y protección en Claudio “Mono” Minnicelli, hermano de Alessandra, cuñado del ex ministro de Planificación Julio De Vido. En esas jornadas interminables, todos los detenidos compartían el IRIC, el sistema de Intervención para la Reducción de los Índices de Corruptibilidad en el Servicio Penitenciario Federal. Ese programa cobijó a más de medio centenar de los denominados “presos K”, considerados con el mayor poder de corromper a los penitenciarios. Para eso capacitaron a uniformados especializados para custodiarlos. Esos mismos agentes escoltaron a Manzanares desde que fue incorporado al Programa de Testigos e Imputados Colaboradores. Aún evoca esos momentos con angustia: “me metieron en una leonera, una diminuta prisión para ablandarme, con una luz prendida las 24 horas y no sabía cuándo era de día o de noche”.
“Nada ni nadie” le impidió declarar ante la justicia con lujos de detalles las maniobras de corrupción que le permitieron al juzgado federal de Bonadio, “recuperar importantes bienes”. El propio juez lo puso por escrito en uno de sus últimos dictámenes, días antes de morir, al agradecer a Manzanares por “la precisión de sus declaraciones que pudieron recuperar para el Estado Argentino gran cantidad de inmuebles de la corrupción”. Otro tanto hizo el fiscal Carlos Stornelli, quien fue clave en la investigación. En la Argentina en donde cada gobierno es el reverso de su antecesor, todo cambió. La aplicación de la Ley del Arrepentido sancionada en 2015 para validar las declaraciones en causas de corrupción perdió valor. Se instaló la idea del Lawfare y, con un volantazo, el país se alejó de las causas de corrupción política (pese a lo que significó a nivel regional el “Lavajato”; el caso emblemático que se desnudó tras el escándalo de Odebrecht con las declaraciones y confesiones de los delatores premiados con rebaja de penas). Un esquema utilizado en los países modernos y que vemos a diario en la películas cuando se lucha contra el Crimen Organizado. Aquí se desarticuló el formato del Programa de Testigos e Imputados Colaboradores y, según los allegados de Manzanares, “pusieron a los lobos a cuidar el gallinero”, ya que parte de los denunciados son parte del actual gobierno”. Entonces el ex contador renunció al Programa y, más tarde, a la custodia de la Policía Federal que “anotaba y registraba sospechosamente” todos los detalles de su vida. Fue uno de sus abogados, Roberto Herrera, quien intervino para que cambie la custodia que hoy depende de Gendarmería Nacional.
El ex contador sufrió mucho con la muerte de su amigo Fabián Gutierrez, el ex secretario de los Kirchner que fue asesinado el año pasado. Según la investigación, lo mataron por la plata, los tesoros y los bienes que Gutiérrez multiplicó, como casi todos los que fueron irradiados por la “magia kirchnerista”. A Gutiérrez le encontraron más de una veintena de inmuebles, sociedades y bienes suntuosos. Manzanares le teme más a la locura de la búsqueda del tesoro, de los contenedores enterrados que no encontró el fiscal Guillermo Marijuan, que a la venganza de quienes delató. Esa incertidumbre se agravó cuando Manzanares recibió un mensaje en el dispositivo celular (que le habían provisto desde el Ministerio de Justicia) con información que nadie más que él conocía sobre unos papeles que estaba rescatando luego de la inundación que sufrió en su oficina. Allí le mencionaron el apodo de uno de sus hijos. “Eso lo paralizó” y sus abogados radicaron la denuncia tanto en el juzgado federal de Río Gallegos como en Comodoro Py.
Lo más grave fue cuando un hombre se puso a sacar fotos de su casa, apuntando hacia a la ventana de su escritorio, justo en los mismos días en los que otro de sus abogados, Alejandro Baldini, sufrió un extraño robo de documentación de su camioneta. Manzanares no tiene descanso de cara al juicio que se llevará adelante en el Tribunal Oral 5, en Comodoro Py. Allí tal vez se cruce con Cristina Fernández, la vicepresidenta, que en aquellos días de encierro en Marcos Paz le mandó a decir que “no podía ayudarlo porque era una abuela jubilada”. El ex contador revive ese episodio con dolor, pero “sin resentimientos”. Rememora, además, cuando le ofrecieron un patrocinio “junto al resto de los presos K”, todos fuera de prisión efectiva. En el juicio por Hotesur y Los Sauces deberán declarar Máximo y Florencia Kirchner, a quien Manzanares conoce bien.
Los días en prisión resultaron eternos lejos de su familia. Sin visitas, pensó que los había perdido. “A mi esposa, a mis hijos y a mis mejores amigos”, se lamenta. El aislamiento se hizo obsesión e incluso sobrevoló la idea de terminar con su vida, un pensamiento que pudo archivar con su liberación: “la cárcel la llevé por dentro”, acota. En los vaivenes de su mente, se le ilumina el rostro y esboza su sonrisa cuando habla de su familia “a quienes sigue recuperando día tras día”.
En aquel momento, se vio como un náufrago abandonado a su suerte. Su rostro se demuda cuando lamenta una y otra vez aquella frase de Muñoz que lo hizo caer en la ruina: “el tren pasa una vez”, le dijo el ex secretario K. El se subió y fue un viaje al infierno que busca superar. El castigo de ese averno de tinieblas incluye las visitas y los llamados sospechosos con mensajes que aún lo inquietan. (La Nación)