Hace más de dos años, el piquetero Luis D’elía afirmó a radio FM La Isla que “droga y duhaldismo son dos caras de la misma moneda”. Jamás imaginó que sus declaraciones tendrían semejante repercusión pública: a las pocas horas, una docena de hipócritas funcionarios políticos le respondió con dureza y el sospechado fiscal federal Paulo Starc lo citó para que declare como “testigo” de sus propios dichos.
En ese momento se iniciaron dos oportunas causas judiciales, una impulsada por D’elía para investigar al caudillo bonaerense y otra por el propio Eduardo Duhalde, contra el piquetero, por calumnias e injurias.
Más allá de que las palabras sobre Duhalde salen de una persona cuestionada como D’elía, es oportuno señalar que los vínculos de Eduardo Duhalde con las drogas son un secreto a voces, no sólo entre sus propios allegados, sino entre los habitantes de la zona sur de la provincia de Buenos Aires. Por caso, basta caminar la zona de Lomas de Zamora y hablar con los vecinos del caudillo bonaerense para enterarse de los hechos más elocuentes a este respecto.
El gran bonete
Detallamos hace años, desde este periódico, parte del dossier que el kirchnerismo tiene en su poder respecto a los vínculos del duhaldismo y los narcóticos. Teniendo en cuenta esos datos, sumado a la escalada de acusaciones que el Presidente de la Nación viene protagonizando contra Duhalde, cuesta creer que no haya habido participación de la Casa Rosada en las palabras acusatorias de D’elía. Aún cuando no le dijeran nada, el piquetero tenía todo servido para lanzar sus acusaciones contra el enemigo de su “jefe”, Kirchner.
Por otro lado, suena demasiado casual que la carpeta que guarda el kirchnerismo hable de lo mismo que aseguró D’elía: las relaciones de Duhalde con el narcotráfico.
¿Qué dice el dossier? Cuenta mayormente los vínculos del caudillo bonaerense “con el mundo de las drogas, al que siempre le destinó recursos y planes para combatirla desde la vicepresidencia, durante la gestión de Carlos Menem, o desde la gobernación de Buenos Aires.
Si bien durante algunos años —en la época de la dictadura militar— Duhalde se encontró lejos del poder, en 1983 la llegada de la democracia lo devolvió al cargo en medio de una crisis del Partido Justicialista que lo dejó en los primeros planos. Ya por entonces en la periferia de Lomas solían apodarlo papá porro, pero pocos conocían el origen y el porqué de ese mote. Con los años y las denuncias los vecinos irían atando cabos.
Cuando en 1999 intentó llegar a la Presidencia de la Nación puso como compañero de fórmula al ex cantante Ramón Palito Ortega, quien de un solo golpe consiguió un millón de dólares para los gastos de campaña. ¿Quién los depositaba? ‘Un grupo de mexicanos con ganas de hacer negocios en Argentina que fueron contactados por mi asesor Aldo Ducler’, fue la respuesta de Palito. Esos mexicanos no serían otros que los lugartenientes de Amado Carrillo Fuentes —el Señor de los cielos, capo del cartel de Juárez—, hombre que logró lavar más de 20 millones de dólares a través de la financiera Mercado Abierto, propiedad de Ducler, ex secretario de Hacienda de la dictadura y administrador de los fondos de la campaña de Palito Ortega”.
Demasiada casualidad.
Yo no fui
Cada vez que lo acusaron de tener vínculos con el narcotráfico, Duhalde dijo que se trataba de una campaña de desprestigio. Así quedó especificado en el informe que la Comisión Anti lavado del Congreso estadounidense, presidido por el senador Carl Levin, y en las investigaciones que realizaron en Argentina el ex jefe de la Interpol México, José Miguel Ponce Edmonson. En diálogo con CAMBIO, Ponce recordó: “Esos fondos ingresaron por parte de Palito Ortega, a quien Duhalde, enseguida lo raleó de la campaña. Fui testigo del profundo enojo del ahora presidente quien se vio muy afectado por ese episodio”.
Nuevamente Duahlde esgrimió su argumento de que se trataba “de una campaña de desprestigio” cuando las acusaciones contra las mafias enquistadas en la policía bonaerense –a la que calificó como “la mejor del mundo”–, señalaban a su jefe, el comisario Pedro Klodczyk, como un hombre permisivo en la distribución de drogas cuando estuvo a cargo de la unidad regional de la ciudad de Quilmes.
Utilizó la misma defensa en 1992, cuando el juez español Baltasar Garzón tuvo su primera aproximación a Argentina y acusó a la ex cuñada de Menem, Amira Yoma, y al ex secretario de Recursos Hídricos, Mario Caserta —amigo de Duhalde—, de integrar una organización de lavado de dinero vinculada al traficante de armas sirio, nacionalizado argentino, Monzer Al Kassar.
En septiembre del 1989, durante un viaje de Menem a Yugoslavia, Duhalde quedó a cargo de la Presidencia. En esos días estampó la firma, junto al ministro de Economía de la época, Néstor Rapanelli, en el decreto que designaba a Ibrahim Al Ibrahim como asesor especial de la aduana en el aeropuerto de Ezeiza.
Al Ibrahim era ya el ex esposo de Amira Yoma y en español sólo sabía decir “muchas gracias”. Durante una entrevista con medios argentinos y españoles, Al Ibrahim –quien vive refugiado en Damasco desde que se convirtió en prófugo de la justicia–, aseguró que “Duhalde era uno de los funcionarios de gobierno que más favores me pedía en la aduana”.
Eran los días en que Duhalde le encargaba a su lugarteniente Alberto “el negro” Bujía retirar maletas o bultos que pasaban sin abrir por los controles de la aduana en el aeropuerto.
Las irregularidades en la aduana fueron denunciadas por el semanario español Cambio 16 y las pruebas contundentes que aportaba el semanario llevaron a que Garzón tomara la causa que involucraba a Al Kassar, radicado en Marbella.
Con el escándalo en todos los medios, Duhalde se comunicó rápidamente con el juez “para saber cuál era su situación en el expediente”, según cuenta el periodista Hernán López Echagüe en el libro El otro.
Ante la consulta desesperada la respuesta del magistrado español fue corta y tajante: “Duhalde, yo sé qué clase de político es usted…”. Sobre el escritorio del Juez descansaba el dossier confeccionado por la DEA sobre los vínculos de Duhalde con las drogas.
Diez días antes de que la jueza María Romilda Servini de Cubría iniciara las indagatorias por esa causa, conocida como el narcogate, Alberto Bujía, uno de los hombres de confianza de Duhalde –el emisario ante Al Ibrahim– moría en extrañas circunstancias.
El negro Bujía, era considerado un peso pesado. Desde sus comienzos de trabajo para Duhalde, era el enviado que llevaba extraños paquetes a las familias Romero y Saadi, en las provincias de Salta y Catamarca, respectivamente. Roberto Romero y Vicente Leonides Saadi fueron los fundadores de dos dinastías políticas que hicieron historia en sus
Bujía solía frecuentar la finca Don Alejo, propiedad de los Romeros en Salta donde en 1984 fue descubierta una pista de aterrizaje a la que llegaban aviones desde Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, que estuvo en la mira de la DEA.
Con Al Ibrahim en la aduana, Bujía no sólo visitaba al extraño asesor con el que se comunicaba por señas, sino que requería los servicios del funcionario en cada uno de sus viajes al extranjero con bultos que en los controles gozaban del mismo estatus que todos los encargos del entónces vicepresidente.
El día 16 de marzo de 1991, el destino quiso que muriera cuando su moto hizo colisión contra una camioneta, a metros de la intendencia de Lomas de Zamora. Según algunos amigos de “el negro”, éste estaba desbordado por el alcohol y enfiló en contramano por la citada calle. Según testigos del hecho, fue la camioneta la que se abalanzó sobre él.
Al día siguiente de tan absurda muerte, el 17 de marzo de 1991, en el marco del Yomagate, se iba a quebrar uno de los máximos imputados. Mario Caserta prestó declaración ante Servini de Cubría y, sin saber aún que iba a quedar como único procesado en la causa, manifestó que Duhalde era un poderoso narcotraficante de la provincia de Buenos Aires. Pocos meses después, la conductora televisiva Mirtha Legrand se lo iba a preguntar en persona y con gran naturalidad: -“Dígame gobernador ¿Usted es narcotraficante?”.
Blancas Bujías
Hace algunos años este periodista tuvo una extensa conversación con una importante fuente de información de Lomas de Zamora, que aportó muy buenos datos sobre los vínculos “Duhalde-Bujía-Drogas”: “Hablás muy bien sobre la conjetura de Alberto Bujía y su muerte. Yo soy de Lanús, milité 10 años en la Ucedé y ahora en el partido Federal y uno conoce todos los intersticios. Es vox populi que ya lo tenían marcado a Bujía, porque cuando se pasaba de alcohol, pasaba a ser el típico bocón que hablaba de todo lo que sabía y hacía, y por ello, lo mandaron a hacer la Gran Willy con la moto, y cuando se iba acercando la mandaron la camioneta.
El tema de que era un bocón pasaba por el detalle que, mamadísimo el hombre, empezaba a decir: ‘el cabezón me mandó a buscar una valija allá’, o ‘me mandó a entregar un cargamento a tal lado’. Hay gente que lo conoce al cabezón, de que cuando apretó a los concejales que le precedían en la lista del 73 (él estaba cuarto) los hizo ir renunciando hasta que llegó a ser el primero para hacerse de la Intendencia (obvio que todos iban renunciando). De esos tiempos, cuando era concejal, se sabe de gente que andaba repartiendo porros él en persona por la zona de Llavallol”.
En el mismo sentido, otro informante coincide en contarme que “la droga siempre la entró Alberto Bujía, que falleciera trágicamente atropellado en su moto en Lomas de Zamora, cuando Duhalde estaba lanzado en su candidatura a Gobernador de la provincia de Buenos Aires. Bujía estuvo detenido durante el Proceso, pero tenía sus contactos ‘fluidificados’ con la cúpula policial de la Bonaerense de las época en que ‘plantado’ en la Gobernación recaudaba para el Gobernador Victorio Calabró y varios socios más del conurbano.
Cuando salió en libertad definitiva, estaba tan seco que se fue a vivir a la casa de Eduardo Duhalde y desde tan misericordiosa relación volvió a tejer los hilos de su renovada relación con la ya poderosa Bonaerense, que recibía la droga desde Catamarca”.
Actualmente, según un tercer confidente, “Duhalde maneja el tráfico de drogas en Mar del Plata a través de un suizo de apellido Szé que tiene una estancia a unos kilómetros de la laguna ‘La Brava’ llamada ‘El Benteveo’, y que supuestamente es un empresario de la pesca. Este tema tiene que ver con Nicolás Di Tullio, broker inmobiliario del cártel de Juárez. La droga es traída por barcos a alta mar y otros barcos ,supuestamente ‘pesqueros’ (de la llamada ‘flota amarilla’), lo llevan al puerto. La guardan en un supuesto frigorífico de papa en una estancia llamada ‘El Cisne’, que queda junto a los ex-campos de los hermanos Martínez de Hoz, por el camino viejo a Miramar”.
Frente a los testimonios concretos, no quedan demasiadas dudas.
Concluyendo
Mientras este periodista finaliza su artículo, el piquetero D’elía finaliza su declaración ante la Justicia. Es un excelente puntapié inicial para que se ponga sobre la mesa, de una buena vez, toda la información que se maneja sobre Eduardo Duhalde y su relación con el narcotráfico. Es oportuno que la ciudadanía a pleno conozca cómo son los manejos de algunos caudillos del conurbano bonaerense con los narcóticos y se pueda terminar con una de las peores mafias de nuestro país.
Sólo resta preguntar al piquetero si se animará a hablar de las relaciones de un conocido ministro de la Nación con el mundillo adjudicado a Duhalde. O de las sospechas en torno a la exportación de cocaína por parte de la kirchnerista empresa Conarpesa.
Es muy valioso denunciar que “el duhaldismo es un gran cartel de la droga hace tantísimo tiempo”, pero no vale acusar si sólo se mira para un lado y nada se dice sobre el otro costado del mismo flagelo. Más aún cuando ese costado es el que “paga” al acusador de turno.
¿Pan y circo?