El Municipio de Rio Gallegos pagó cerca de $ 5 millones en ataúdes.

El cajón más barato cuesta $ 65 mil y es un gasto que muchas familias no pueden hacer. El anuncio de la nueva sala velatoria trae alivio frente a un drama tan inesperado como caro. ¿Qué dijeron las funerarias?

Cualquier persona que afrontó la muerte de un ser amado durante el drama de la pandemia podría decir que, de haber tenido la posibilidad de despedirse, ese hubiese resultado el primer paso para sanar. Todo sucedió muy rápido, Santa Cruz acumuló ya 928 muertes y -aunque cada una es igual de dolorosa- Río Gallegos, con 419 de ese total, se llevó la peor parte.

La pandemia modificó la forma en la que vivimos, nuestra cotidianeidad, pero también el modo en el que los demás pasan sus últimos momentos de cuerpo presente, y eso no sólo resulta difícil de asimilar, sino también privativo para muchas familias que no pueden pagar la ceremonia.

Este martes, el intendente Pablo Grasso anunció la licitación de la sala velatoria municipal porque, aunque parezca extraño para una capital de provincia, no existía una en donde las personas que no pueden costear la despedida de un familiar, así lo hicieran.
Las familias de Río Gallegos tendrán a disposición dos salas velatorias en el cementerio, junto a la iglesia. “Será un servicio destinado a quienes no puedan afrontar la contratación de privados. El nuevo edificio contará con dos salas vinculadas a un hall principal, baños públicos y una sala de preparación y circulación interna del plantel profesional”, se lee en la comunicación oficial sobre la obra, que tendrá una inversión de alrededor de $ 27 millones.

Vieja demanda
El reclamo para que el Municipio tenga una sala velatoria no es nuevo, pero por alguna razón, tal vez por tratarse de comunidades chicas donde los índices de pobreza y desempleo son menores que en otros puntos del país, nunca se realizó. Tal vez por la misma razón, Caleta Olivia tuvo durante muchos años su sala municipal cerrada y venida abajo.

¿Por qué eso no generó fuertes reclamos? Porque si bien las administraciones no trabajaron para que esos espacios estuvieran, cubrieron la demanda de los grupos de mayor vulnerabilidad social cada vez que necesitaron enterrar a un ser querido.

La secretaria de Desarrollo Comunitario del municipio riogalleguense, Alejandra Vázquez, dijo ayer a La Opinión Austral que “nosotros tenemos convenios con las distintas funerarias para hacer la cobertura de los servicios. Y desde que comenzó la pandemia notamos un incremento tremendo de las solicitudes, es notable también la pérdida de trabajo, la dificultad de poder afrontar un servicio que es caro, no cualquier vecino puede con este gasto”, explicó.

Si en la ciudad el ataúd más barato arranca en $ 65 mil, para el bolsillo de un ciudadano de a pie el tope es inalcanzable. Por eso el Municipio estableció un rango de precios estándar, donde el más caro llega a los $ 100 mil. Y es que mucho depende de la medida, que es un condicionante.

Según fuentes consultadas por La Opinión Austral, en lo que va de la pandemia la administración de Grasso destinó más de $ 5 millones al pago de cajones a familias en situación de pobreza. La misma consulta en Caleta Olivia trajo como respuesta una cifra un tanto más elevada. “Acá es más común que si no podés, te lo da la Muni”, indicaron.

Vázquez contó que sólo esta semana recibió y gestionó dos pedidos, esto al margen de los que pudo haber tramitado el Ministerio de Desarrollo Social de la provincia, que también paga el servicio a quienes no pueden.

“Esta sala velatoria municipal va a facilitarse a toda la comunidad. El que no tenga los medios va a poder hacerlo de forma más ágil, saber adónde dirigirse, porque en una situación tan tremenda, no saben adónde ir”, explicó luego Vázquez.

¿Por qué es tan caro?
Dice el responsable de una conocida funeraria de Río Gallegos con sede en otros municipios que la tendencia es la cremación, pero que no comenzó con la pandemia, sino antes.

Actualmente “es un 50/50 de gente que elije la cremación o el entre nicho y la tierra”, explicó el trabajador, que prefirió dejar su nombre en reserva.

Si bien cuando el virus llegó al país y se anunciaron las primeras medidas que derivaron en la cuarentena estricta, a todo cadáver se lo cremaba por cuestiones de protocolo, eso cambió luego de dos o tres meses, en los que familiares de las víctimas del Covid-19 volvieron a decidir sobre el destino final de los restos.

Pero sea cual fuere la elección, nada evita que se tenga que pagar un cajón, ya que si un cuerpo va a cremación, “por norma de la Municipalidad, tiene que ir con un cajón metálico sellado, pero que va adentro de uno de madera”, explicó el responsable de la funeraria.

Las funerarias consultadas por La Opinión Austral aseguran que los valores que manejan no son consecuencia de la especulación en torno al drama que generó la pandemia.

“A esos sí que les debe ir bien”, pensarían muchos, sin embargo, la explicación que dan es que las fábricas que confeccionan los ataúdes les aumentan los precios cada tres meses, en el orden del 10% al 15%.

“Y es que el cajón lleva aluminio, chapa, estaño, pinturas, elementos que en algunos casos están valuados en dólares”, advirtió el trabajador, quien dice que “ya no hay cajones de 50 mil”.

Por otro lado, a la par de la ceremonia con la que los familiares inician el duelo, pasando largas horas cerca de su ser querido fallecido, otro ritual desapareció con la pandemia y es la tanatopraxia, del griego “muerte”, que constituye aquellas tareas con las que las funerarias limpiaban y -si hacía falta- maquillaban a los cadáveres para el último adiós.

“Eso no se hace más. No hay cajón abierto. Igual no era algo que en Río Gallegos se estilara mucho. Rara ocasión nos han pedido y lo hicimos de favor. Realmente acá no se acostumbra”, advirtieron desde la funeraria privada a La Opinión Austral, insistiendo con que hoy por hoy, “cuando la persona fallece, queda en la bolsa sellada con la que salió del hospital y no hay quien maquille ni nada”.

Los protocolos del Ministerio de Salud de la Nación fueron y siguen siendo estrictos con el acto social que nunca imaginamos que nos sería prohibido. El funeral, la despedida y el beso volverán más temprano que tarde, aunque nadie los esté esperando realmente.