En estos días recorrí la ruta 3, la más importante arteria nacional, columna vertebral de la costa atlántica, absolutamente destruida, abandonada y peligrosamente habilitada para el tránsito en alta temporada, con un pavimento en pésimos estado, largos tramos sin marcar, con baches, descalzada en largos tramos, con huellones peligrosos generados por el peso de los camiones sobre el asfalto caliente o carteles señalizadores destruidos y en algunos tramos inexistentes, hacen de ella una trampa constante (especialmente de noche) la cual, además, para no perder “su encanto” luce poblada de guanacos paseantes sobre la cinta asfáltica, especialmente entre el paraje Lemarchant y San Julián, transformando el viaje en una carrera de obstáculos que mata familias enteras, sin ninguna preocupación de parte de las autoridades viales y/o quienes deberían tener control de fauna y conservación en la provincia.
Pero de toda su extensión, me impresionó el estado deplorable del tramo costero de la ruta nacional Nº 3 que va entre Caleta Olivia y Comodoro Rivadavia, la cual responde claramente al concepto clásico de “corrupción”, si se repasa la historia de sus licitaciones, su adjudicaciones, los gobiernos que la usufructuaron para lavar dinero, para complacer a sus amigos, los funcionarios y jueces corruptos que coadyuvaron a lograr el estado criminal que hoy luce, como una trampa mortal para quien viaje por tierra y tal vez suceda ello porque los responsables solo viajan por avión.
El tramo de 70 kms aproximadamente que bordea el mar y donde la vergüenza política y social no ha llegado, teniendo en cuenta la historia de fondos públicos robados al estado para hacer una autovía que siempre se cobró pero nunca se ejecutó, es una trampa mortal para cualquiera que transite por allí, más aún si lo hace en auto y ni hablar si transita de noche. Solo con camioneta se pueden sortear algunos de estos peligros, con alguna posibilidad de salir indemne.
Los pobladores de Caleta Olivia (Santa Cruz) y Comodoro Rivadavia (Chubut) comparten a diario actividades conjuntas e intercambian (también diariamente) el tránsito sobre esta ruta criminal; sin embargo, no se quejan.
No hemos visto que las poblaciones involucradas, de las cuales muchos familiares han dejado su vida en ese tramo infernal de ruta transformada en una trampa mortal, corten la ruta exigiendo una decisión política para resolver definitivamente este verdadero atentado a la salud pública.
Impávidos, como si se tratara de actores extraños a los que no les toca pagar con sus vidas y sus bienes, esta atrocidad de gobiernos corruptos y empresarios ladrones que los han condenado a muerte, los caletenses permiten que sus hijos, sus padres y sus hermanos, jueguen a la ruleta rusa cada vez que salen de sus casas y transitan por la ruta de la muerte desde y hacia Comodoro.
La actitud pasiva de ambas poblaciones, es tan sorprendente que infiere un comportamiento típicamente argentino: el problema es del otro. En este caso, supone que el problema lo tienen quienes viajan del norte al sur y viceversa, porque “los de acá, ya conocemos cada pozo”, así me lo refirió un empleado de una estación de servicio de Caleta cuando le hice presente el problema. Me sonó a una resignación estúpida, carente de empatía, ausente de toda solidaridad pero, lo peor, sin darse cuenta que mañana él o un familiar pueden morir allí producto de una mala maniobra para esquivar un pozo, un vuelco, debido a la ruta descalzada, un choque de frente o como mínima consecuencia, le puede costar romper su vehículo y quedar tirado a la vera de esa ruta infernal.
Pero en Caleta Olivia y Comodoro, todo está bien. A nadie se le da por reclamar nada. Aplauden que el actual gobierno, como el anterior de Macri y el anterior de CFK le hayan devuelto la construcción de la autovía a CPC, la empresa de Cristóbal López que se la adjudicó CFK en el 2015, cobró y la abandonó; en el 2017 Mauricio Macri, con Iguacel en Vialidad se la restituyó, se la pagó y volvió a abandonarla y ahora se la volvieron a adjudicar a CPC, con otros cientos de millones de pesos, para que haga exactamente lo mismo: se robe los fondos, deje a la gente en la calle y no realice la obra.
Pero esto a nadie, a ningún habitante de Caleta Olivia parece afectarlo. Nadie reclama ni corta rutas, ni exige un cambio por la vía de los hechos. Solo les preocupa batir un poco los bidones cuando ni agua sale de las canillas. Hace años les vienen prometiendo una solución que no llega, pero en todos este tiempo muchos “empresarios” y funcionarios municipales, provinciales y nacionales se han enriquecido y las obras siguen sin hacer.
Lo mismo ha pasado con la planta de ósmosis inversa, el acueducto, la obra de circunvalación, la ruta 12, el acceso a Caleta y por supuesto, la autovía Caleta Comodoro, que desde el 2010 se la vienen robando entre Lázaro Báez y Cristóbal López, junto con la runfla gobernante y estamos en el 2022 y está peor que en aquellos años donde el proyecto era llenarse de plata a costa de la vida de la gente.
Pero en Caleta Olivia, indudablemente, están contentos, porque votan siempre lo mismo. Solo deberían reflexionar sobre el costo en vidas que tiene para ellos la desidia y el desinterés por la seguridad vial que hoy no les preocupa. La única preocupación del/los gobiernos, es poner una estrella amarilla; denunciar a los responsables, nunca.
Yo paso, a lo sumo, una vez al año por allí y en camioneta (con una seguridad un poco mayor que la del automovilista), ellos, lo hacen a diario. Las probabilidades de que yo muera en un accidente, son sensiblemente menores a los de cualquier poblador de esa ciudad. No tomar en serio las reglas de las probabilidades, es jugar a la ruleta rusa con la vida de sus propias familias.
Es toda una decisión de vida. Como reza el dicho: “No se queje si no se queja”.
(Agencia OPI Santa Cruz)