Sería muy edificante y clarificador para la política argentina, que Cristina Fernández sea candidata a la presidencia en el 2023. No existiría un mayor golpe de realidad para la jefa de la banda, que encontrar sus urnas casi vacías, excepto claro, poblada por ese 20% que la sigue, aunque en los últimos días hasta se redujeron sus incondicionales en provincia de Buenos Aires.
El invento de potenciar su relanzamiento al 2023 es muy tonificador y movilizante para la sociedad que espera la oportunidad de quitarle el voto y mostrar su más sincero repudio, en el lugar donde más lo siente: las urnas.
CFK transita el momento de más baja estima en su imagen pública; su victimización luego del ataque del que fue objeto y la desconfianza pública de que todo fue un circo armado para lograr ese efecto, es producto de la fábula del pastorcito mentiroso, quien cuando realmente vio venir al lobo que se comería sus ovejas, nadie salió a ayudarlo porque creían que era otro engaño.
El pedido de 12 años de condena por parte de los fiscales y la enumeración de cientos de pruebas documentales sobre la corrupción en la obra pública, hizo un click en la cabeza de muchos que ignoraban cómo había funcionario el sistema de sobrefacturación, lavado de dinero y cartelización de la obra en Santa Cruz y otras parte del país, mediante la empresa fantasma llamada Austral Construcciones SA y el testaferro de la familia, Lázaro Báez.
Hoy comenzaron los alegatos de la defensa de CFK en el juicio por la Obra pública; ahora, si todo se va a basar en la sarasa y el discurso político como se lo escuchó al Dr Beraldi en el primer día, en vez de la acreditación de pruebas y/o contrapruebas, lo que realmente va a lograr la vicepresidente, es magnificar la distancia que ha tomado la gente de su figura, aumentarán los repudios y por supuesto, la baja y escasa credibilidad que aún posee, se licuarán como sus palabras con las cuales intentan atacar para defenderse, pero en una instancia donde su relato impostado, no impresionará a nadie ni le importará a ninguno.
Por todo esto, por ser parte de un gobierno digitado por ella que ha llevado al país a la ruina total, con más del 100% de inflación, agotadas las reservas, sobregirado y con un BCRA seco y sin reservas; un gobierno al que por impericia y negocios se le murieron más de 140 mil argentinos en pandemia, un Ejecutivo sin rumbo ni plan, ni estrategia, solo la de buscar la impunidad de esta mujer, la vicepresidente cuenta con el nivel más bajo de aceptación pública y estaría muy bueno que fuera a una elección general. Pero no va a ser así, porque ella necesita fueros y esa cobertura, cuyo principio ha sido distorsionado, y no es para salvaguardar al diputado o al senador, sino para encubrir delitos, es a la que recurrirá en defensa de la condena que la acecha.
Por lo tanto, sería muy bueno que Cristina Fernández se presentara como candidata en el 2023, pero es una cortina de humo de las tantas de este régimen político autoritario y populista que ante la desesperación, sus “banderas del progresismo revolucionario” con Sergio Massa a la cabeza, vira 180 grados hacia el liberalismo más recalcitrante.
Todos lo ven, todos lo sufren. Cristina Fernández quizás esté en sus horas más desesperadas, al punto de pedir a través de sus adláteres, una urgente reunión con Marucio Macri, el hombre que siempre despreció y al que, a tres años de gobierno errático de ella y su maniquí político, siguen echándole las culpas de todos los males.
Si Mauricio Macri aceptara ese diálogo, indudablemente se descapitalizará electoralmente, pues nada constructivo se puede hacer por el diálogo, como sentarse en una mesa con una persona indigna, nefasta, corrupta y prepotente, históricamente despreciativa de las instituciones y la oposición, con claras señales de un personalismo que nos ha costado a todos los argentinos el peor futuro y nos ha robado, además de los fondos públicos, la esperanza de un país mejor. (Agencia OPI Santa Cruz)