(4ta. y última parte) Por Ángel Serra.-
La disyuntiva entre comer o comprar hojas rayadas.
En la idílica villa turística que fuera “lugar en el mundo” del kirchnerismo, donde la pobreza según el relato oficial no existe ni existirá jamás (“en Calafate no hay pobres, lo que hay es gente con necesidades” solían repetir hasta no hace mucho y con cinismo acerado algunos funcionarios bellonistas), las dolorosas llagas de la miseria comienzan a supurar a la vista de propios y extraños.
Por eso durante el invierno 2020, cuando el primer ASPO hizo visible la informalidad y precariedad de medios en los que habitualmente sobreviven miles de calafateños sin empleo estable ni ingresos fijos, hubo vecinos y ONG que se unieron ante la emergencia saliendo a repartir alimentos, ropa de abrigo, organizando ollas populares o simplemente sirviendo cada día una merienda.
“Calafate Solidario”, fue una de esas primeras ONG que se propusieron salir para dar una mano. Creada en marzo de 2020 para contener la crisis alimentaria que se desató a partir de la pandemia y el colapso del turismo, ese primer mes –recuerda Melisa Ríos, vecina y referente del grupo- empezaron asistiendo a 100 familias, pero hacia octubre del mismo año la ayuda mediante entrega de bolsones con mercadería recibida de donaciones excedía largamente los 1200 hogares en el pueblo.
¿1200 Familias? “Sí, es un número muy grande”, reconoce. “Y hacíamos de todo para llegar con los bolsones más que nada de alimentos, en plena cuarentena, cuando no dejaban salir a nadie, que fue la peor parte que pasamos”. Melisa admite que el esfuerzo realizado en tan poco tiempo fue tan grande, tan extenuante, que mucha gente que venía dando una mano y colaborando activamente no lo resistió.
Y enumera: “Hemos ayudado a mucha gente. Con medicamentos, con ropa, con asistencia emocional… Hicimos un baño; entregamos materiales de construcción a muchos vecinos que se estaban mudando sin tener la casa terminada porque tenían problemas con el alquiler que no podían pagarlo… De todo un poco. Pero sí, llegamos a ayudar unas 1200 familias”, rememora hoy casi sin poder creerlo.
Después, Melisa se desinfla en un largo suspiro: “Yo no descanso con Calafate Solidario”. Y agrega: “Con el turismo había changuitas, había algo de trabajo. Pero hoy no hay changas, no hay trabajo, no hay nada. Y la pobreza se nota más. Y siguen habiendo familias que vienen desde el interior buscando trabajo y llegan sin nada”.
El grupo está conformado por siete voluntarias permanentes y más de 30 vecinos que colaboran directa o indirectamente en la donación de alimentos, la preparación de bolsones, organizando el ropero comunitario o llevando la ayuda puerta a puerta cuando las familias no tienen forma de retirar las donaciones por falta de movilidad.
Los bolsones de comida entregados por Calafate Solidario no son pura espuma. Al contrario, contienen paquetes de fideos, arroz, puré de tomates, arvejas, salchichas, atún, levadura, harina, cacao, leche en polvo, calditos, sal, azúcar, yerba, aceite. “Todo lo que es no perecedero, lo incluimos”, detalla Melisa. Y orgullosa por el agradecimiento que los integrantes del grupo reciben a diario de tantas familias que de verdad lo necesitan, recalca: “Los bolsones nuestros traen de todo”.
“Nosotros entregamos depende de la necesidad. Si vemos que en la familia hay muchos nenes y los padres no tienen trabajo, aún cuando reciban la ayuda municipal nosotros les entregamos. La idea es que cubran aunque sea las comidas. Hay familias de seis o siete chicos en las que si la madre no sale a trabajar no comen, porque el padre no consigue laburo. Y que si no estaríamos nosotros no sé cómo se arreglarían.”
Melisa admite que la pobreza real existe en el pueblo desde antes del arribo del Covid-19: “Acá, en los barrios de arriba, hay casas construidas enteras con materiales reciclados; otras que tienen piso de tierra. Yo he visitado una que es de barro directamente y he visto mucha gente vivir en casas sin baños. Hay de todo. Para muchas personas que viven en el “centro”, esas situaciones no se llegan a ver o a conocer. A esas familias se las asiste regularmente una vez al mes”.
En la misma sintonía de ayudar a la gente desde adentro mismo de los barrios, la agrupación “Olla Comunitaria Calafate” opta por llenar “tuppers” de guiso caliente en plena calle a aquellos vecinos que de pronto ya no tienen qué comer en medio de temperaturas que en invierno bajan muchos grados por debajo del punto de congelación.
“La Olla” es por completo autogestiva: recibe donaciones de alimentos y colaboraciones que van desde $100.- a $ 500.- a través del sitio Mercado Pago. Con lo recaudado compran todo lo necesario para cocinar cada fin de semana unas 100 raciones de comida de olla que porcionan directamente a quien pase a retirarlas -hermético en mano- por cualquiera de las plazas en donde realizan sus convocatorias.
Cada vecino llega caminando con su envase, aguarda su turno paciente y se lleva el guiso del día para meter algo caliente y suculento en la panza de los suyos. Por cierto, un paisaje bien alejado del sofisticado circuito gastronómico que no más de veinte cuadras abajo el otro Calafate propone a turistas y un puñado de residentes afortunados.
Por su parte, “Red Solidaria” Calafate -una ONG con presencia nacional que en abril de 2021 cumplió dos años en nuestra localidad- asiste en este momento alrededor de 40 a 50 familias en forma directa y a muchas más de manera intermitente.
“De cualquier manera –aclara Laura “Laly” Sáenz, una de las integrantes del nodo calafateño- tratamos de que el pedido venga directamente de parte de ellos. La idea no es estar asistiendo en forma permanente: si tienen la posibilidad de salir adelante por sus propios medios mejor, pero siempre que llegue el pedido tratamos de estar disponibles y de ayudar en lo que sea.”
Laura admite que lo que más la golpea es el tema de los chicos. “Ver a un niño que está pasando frío o está viviendo en condiciones que no son aptas para su desarrollo conmueve. Si les falta lo básico, que es la leche y el pan para todos los días, eso es lo que es más nos sensibiliza siempre. Y es con lo que más tratamos de trabajar. Estamos muy enfocados en la niñez.”
Consultada acerca de si este invierno sin ASPO y con vacunación llevará algo de alivio a las familias, la voluntaria de Red Solidaria opina que es probable que sea inclusive más crudo que el del 2020. “Las familias que nosotros hemos asistido el año pasado no pudieron salir de esa situación de falta de ingresos en que se encontraban. Por lo tanto este año van a volver a estar en las mismas condiciones o peores, porque no han tenido posibilidad de repuntar un poco durante lo que fue la cortita temporada de verano. Entonces, la situación claramente es peor”.
Y puntualiza que a muchas de esas familias ya no les alcanza por momentos para cubrir lo básico. “Es tremendo. Toca muchísimo eso. Y nos ha tocado mucho y en este último tiempo más. El pedido de comida es más recurrente que el año pasado, cuando asistíamos en lo que era ropa de abrigo en general, frazadas, mantas y colchones. Pero no teníamos tantos requerimientos de alimentos no perecederos como venimos teniendo en este último tiempo. Y eso te demuestra que la necesidad está siendo cada vez más fina, cada vez va más al día a día”.
Laura describe la realidad de grupos familiares sin vivienda propia ni trabajo que a partir del sostenido deterioro de su situación se han visto obligados a mudarse una y otra vez para alquilar casas o piezas cada vez más pequeñas, donde niños y adultos viven de manera precaria y cohabitan hacinados compartiendo esos espacios mínimos con pulgas o chinches, una de las marcas características de la nueva miseria en El Calafate.
“Es un tema recurrente. Hemos tenido muchísimos casos de chinches el año pasado con familias que han tenido que abandonar directamente las viviendas que estaban alquilando”.
Cuando esto ocurre, explica “tienen que dejar absolutamente todo: hay que reponer completa la ropa de cama y las cosas que tienen en el hogar. No es tan sencillo.”
Otra de las consecuencias del desempleo crónico es el progresivo abandono de cualquier actividad o consumo que no tenga que ver con la supervivencia más elemental. La educación es precisamente una de las prioridades que -para muchos de estos hogares a la deriva- pasa de inmediato a segundo o tercer plano.
Madres y padres sin trabajo desde hace más de un año ya ni siquiera pueden darse el “lujo” de comprar útiles escolares para sus hijos. Muchos niños y adolescentes han perdido, a partir de 2020, toda vinculación con la escuela. En no pocos casos, el abandono persiste hasta hoy.
“Esto es un problema porque muchos papás tienen la suerte de contar con conectividad o tener computadora o celular en su casa, desde donde los chicos pueden actualizar o hacer sus clases online. Pero en Calafate, hay un gran porcentaje de población que no tiene acceso a eso y necesita hacerlo a través de fotocopias o del material que los maestros les acercan hasta sus domicilios. Y esos chicos necesitan útiles, hojas, lápices de colores… lo básico para continuar con su tarea escolar. Y todo suma. Todo es dinero con que las familias en este momento no cuentan”.
Al final, Laura concluye: “Capaz que suene duro lo que voy a decir, pero si uno tiene que decidir entre comprar hojas para la escuela o un paquete de fideos me parece que la respuesta es clara.”
Hay que parar la olla
La referente de Red Solidaria El Calafate, opina que con el tema de las ollas comunitarias también se advierte un fenómeno enteramente nuevo: “La necesidad de la gente de salir por un plato de comida, de asistirlos una vez por semana con una comida caliente y fuerte como para poder aguantar un par de días.” Se trata de estirar el hambre. De vivir a guisos.
Calafate Solidario; Yemel; La Olla Comunitaria; Merendero Rayito de Luz; Red Solidaria Calafate… Son al menos cinco las organizaciones de ayuda y asistencia social que nacieron desde el seno de la sociedad civil en el transcurso de los últimos dos años y se dedican a atender con todos los medios a su alcance las secuelas más urgentes de la crisis en nuestra villa turística.
Pero visibilizar la pobreza, en un pueblo que se muestra a la provincia y el país como modelo de gestión y ejemplo de buena administración y progreso, supone una amenaza de muerte al negacionismo de los que no pueden aceptar la realidad tal y como en verdad es.
“Graciela” no es su nombre verdadero. Sin embargo, aunque por las dudas prefiera resguardar su identidad, esta vecina referente de una de las principales ONG de la localidad que se dedica a la asistencia social expresa lo que tiene para decir sin pelos en la lengua: “A las ONG el Municipio no nos quiere. Nos han puesto tantas trabas, tantas trabas…”, afirma en tono resignado, casi a mitad de camino entre el cansancio y el desánimo.
“La ultima vez que quisimos hacer un evento para darle una mano a los feriantes autosustentables, no nos dejó. Nos amenazó con que nos iba a mandar a la policía. Después quisimos hacer un “Día Solidario” en la Plaza Perito Moreno para juntar alimentos para las familias más necesitadas de la localidad y nos llamaron amenazando que si lo hacíamos íbamos a ir todos presos. Y así siempre. Cada vez que hacemos una actividad solidaria nos llaman en tono amenazante para que no la hagamos”. Y puntualiza que quienes realizan los llamados son siempre funcionarios o empleados del Municipio.
“Nosotros cuando empezamos a entregar mercadería llegamos a estar en plena pandemia con la policía afuera, mandada por ellos”.
Consultada acerca del porqué de la negativa del Municipio calafateño a aceptar la labor de las ONG de la sociedad civil, la respuesta cae de cajón. “Lo que pasa es que con esto exponemos cuál es la realidad”. Y puntualiza: “Ellos nos llaman amenazando con que si hacen esto les voy a mandar a la policía. Tuvimos que poner abogados para defendernos. Es increíble: tenemos que defendernos del Estado por hacer cosas solidarias. Es una locura. Todo porque al señor no le gusta que se vean las realidades de la localidad”.
El “señor” del que habla la vecina no es otro que el intendente. Graciela confiesa que más de una vez, los integrantes de su grupo estuvieron a punto de tirar la toalla, de decir basta. De no seguir. “Y que después vayan todas estas personas que necesitan a verlo y se amontonen en la puerta del Municipio. Porque nos cansó. Lo que pasa es que si no lo hacemos nosotros, ¿quien más lo va a hacer?”, reflexiona.
Dice que las llamadas de los funcionarios no les llegan solamente a ellos sino a todas las organizaciones que se dedican a hacer asistencia social en la localidad y a las que el Ejecutivo no puede controlar en forma directa.
“Aunque a mí ya no me amenazan más porque les puse un abogado y además porque no les atiendo el teléfono”, advierte. “Por eso, cuando hacemos alguna actividad nos unimos todas las ONG”. Es que frente al mecanismo usual del apriete o la “sugerencia”, accionar en bloque y de forma mancomunada es por sobre todas las cosas una forma de ponerse a salvo.
En el momento de mayor presión, relata que desde el oficialismo y a instancias del propio Municipio se presentó un proyecto de ordenanza a través del Concejo Deliberante para exigir a las organizaciones la tramitación de la personería jurídica municipal.
Para lo cual cada ONG debía abonar previamente 15 mil pesos.
“Pero si yo tuviera 15 mil pesos para eso, ni lo dudo: los invierto en mercadería y se la doy a la gente que lo necesita”, concluye indignada.
Sin embargo, el tema de la personería no era lo más grave: la intención final era la de disponer de información puntual acerca de la “procedencia o filiación” de los responsables de cada organización y también sobre cada una de las personas que recibirían ayuda de parte de estas. En suma, se trataba de controlar a unos y de vigilar a otros.
“Querían que les mostremos a quiénes ayudamos, por eso tomé la decisión de eliminar todos los registros del padrón”, afirma categórica Graciela.
¿Qué para qué querría el Municipio calafateño esa información? La vecina responde sin vueltas: “Para no ayudar nuevamente a las personas a las que nosotros asistimos, así de simple. Para castigarlos. Por eso, muchos empleados municipales que recibieron y reciben ayuda nuestra con mercadería nos piden por favor que no los anotemos en ningún lado”.
¿Y por qué ante una coyuntura social que abruma el Municipio no habilita la apertura de comedores o merenderos en los barrios altos y sólo sigue haciendo entrega de bolsos con mercadería?
“Si lo hicieran estaría buenísimo, pero también iría muchísima gente”, reconoce Graciela.
“Entonces, tal vez no lo hacen para no tener que admitir la verdadera dimensión de la situación social. Me imagino que es por eso. Porque para todos los que nos ven de afuera la pregunta es: ¿Pero será que Calafate necesita ayuda? ¿De verdad que Calafate está mal? No… Calafate no puede estar mal”.
Y sin embargo…
La conurbanización del paraíso:
el definitivo fracaso del modelo de renta y monocultivo turístico
Finalmente, las consecuencias de sostener a todo trance la apuesta al turismo como “única industria posible” le están explotando en la cara -ahora mismo- al intendente que insiste en gobernar en modo avión, como si nada extraño sucediera a su alrededor.
Es que Belloni jamás imaginó las derivaciones nefastas (pero previsibles) de la dependencia de una sola actividad productiva. Actividad que, por otra parte, es por demás sensible a los azarosos vaivenes de los mercados emisivos del turismo exterior.
Un paro de pilotos; la pluma de cenizas de un volcán; una crisis económica en Europa; un corte de rutas con interrupción de la cadena logística o una pandemia global como la que vivimos actualmente alcanzan y sobran para demostrar la fragilidad de un motor productivo que a la postre resulta ser demasiado chico para empujar el peso de una ciudad de 30 mil almas.
Un motor pequeño para mover una rueda muy grande (la de la economía calafateña), que para colmo de males funciona con combustible importado: los arribos de turistas internacionales. Por eso, cuando ese motor se detiene todo en El Calafate queda muerto. Como ahora.
Los grandes y más poderosos empresarios del entorno bellonista, esos que comparten el verdadero poder con el Intendente, fruncen el ceño. Están preocupados, nerviosos. Ahora mismo miran al unísono hacia el palacio del pasaje Piloto Fernández. Saben que sólo de allí podrá venir el alivio. Poco les preocupa la gente que quedó sin trabajo o sin comida, esta vez, mucho antes de que comience el invierno.
Les preocupan sus ganancias. Exigen un salvavidas económico, una declaración de emergencia que pueda evitar la segunda temporada a pérdida de la historia. Le recuerdan al jefe que su apoyo electoral nunca fue gratuito. Es que los verdaderos amigos se ven en las malas y este es el momento en que el Ejecutivo tendrá que demostrar su lealtad para con la clase dominante calafateña que maneja a su antojo el pulso de la vida económica de la ciudad. Se trata de los mismos operadores y concesionarios turísticos que se quedan con la parte del león de las divisas que ingresan a la villa.
Que respaldan la gestión a condición de que la “única industria” de la que comen más de 5.000 familias siga siendo para siempre la suya. Ninguna otra actividad productiva podrá competirles ni les hará sombra jamás. Solamente así, ellos y nadie más que ellos seguirán siendo los amos y señores feudales de este pueblo. Solamente así, seguirán disponiendo de un ejército de reserva numeroso, con mano de obra barata y precarizada.
La danza de los millones o gobernar desde la nube:
Calafate y el Peronismo psicodélico 3D
En medio de la inmovilidad económica que preanuncia la crisis más profunda que haya vivido nuestro pueblo desde su formación y que en los próximos meses condenará a familias enteras a emigrar de la localidad y a mucha más a pasar el que con toda seguridad será el invierno más largo y crudo de sus vidas, hemos visto cómo las preocupaciones de la clase dirigente calafateña no pasan por construir mallas de contención capaces de amortiguar los efectos sociales resultantes de la falta de empleo que –pandemia mediante- ya van para más de un año.
En plena crisis sanitaria, mientras los estados procuran reducir al mínimo indispensable sus erogaciones y concentrar recursos en el gasto social esencial enfocado a la emergencia, el Municipio calafateño no piensa destinar fondos a la apertura de merenderos o comedores comunitarios en los barrios carenciados. Tampoco medita sobre la creación o el fortalecimiento de emprendimientos productivos o microcooperativas a través de créditos blandos que podrían fomentar la generación de empleo genuino.
Créase o no, la prioridad del bellonismo en el último año pasa por la construcción del futuro autódromo que albergará la categoría nacional de Turismo Carretera (TC). Increíblemente, las obras de la primera etapa comenzaron en 2020 y continuaron en medio de la epidemia de Covid-19.
Como siempre sucede, nadie sabe con exactitud cuánto dinero erogó el Municipio en la contratación y pago de honorarios del estudio de ingeniería que tiene a su cargo la planificación del trazado cuyo proyecto ejecutivo contempla una pista de 3.000 metros de extensión y doce de ancho.
Tampoco se sabe cuantos millones costaron los 24 módulos de boxes (sí, no hay error: veinticuatro módulos de boxes), los baños y la terraza para albergar público que ya fueron construidos, ni el trabajo de movimiento de tierra y consolidación del suelo del circuito realizado con motoniveladoras.
Pronto se empezará a erigir la torre de control y un playón de maniobras, tras lo cual se pasará directamente a la etapa de asfaltado del trazado. Por las dudas, ni desde la oposición ni desde el periodismo se hacen preguntas incomodas y se respeta hasta en las comas los partes de prensa municipales donde se afirma que todo se realiza con “fondos genuinos”.
Al menos ya sabemos por el propio Municipio -que anunció la licitación el pasado 14 de julio- que el flamante asfalto del autódromo “Quique Freile” por el que correrán los bólidos del TC costará más de 31 millones de pesos. Y que la terminación de la obra final insumirá la astronómica suma de 132 millones.
Otra de las prioridades inaplazables en medio de la crisis era desde ya la adquisición de equipamiento de última generación para el cine “3D” que el Municipio comenzó a construir en 2018.
El 28 de marzo pasado, la secretaria de Planeamiento y Urbanismo Lucía Gamboa anunciaba la compra del equipo para la proyección en 3D que incluye pantalla y sistema de sonido “Premium” por un monto de 23 millones de pesos que se afrontará con fondos del erario municipal.
Añadía la funcionaria del gobierno nacional y popular bellonista que “próximamente saldrá una nueva licitación para la compra e instalación de paneles acústicos, cuya inversión está prevista entre 7 y 8 millones de pesos”. Sólo la construcción del edificio de 1.400 m2 con capacidad para 350 espectadores insumió la friolera de 38 millones de pesos.
A lo anterior debe agregarse la ampliación y remodelación del edificio municipal, una obra que se encuentra en plena ejecución y que demandará una inversión neta de 40 millones de pesos para la construcción de 800 m2 de superficie cubierta destinados a nuevas oficinas y dependencias del Ejecutivo comunal.
No por nada, el ultraoficialista diario capitalino “La Opinión Austral” bautizó a nuestra ciudad con el corrosivo sarcasmo de “la Suiza de Santa Cruz”.
Evidentemente, Belloni dispone de recursos de sobra para atender la emergencia social que padece nuestra gente y promover la generación de emprendimientos alternativos, sin embargo no lo hace.
Las cifras que el Municipio maneja en concepto de asistencia social de verdad empalidecen frente a los 350 millones de pesos destinados en materia de obra pública dentro del presupuesto 2021.
Frente a demostraciones tan categóricas de salud financiera, hasta suena lógico que la Provincia no quiera desviar fondos adicionales a una ciudad que se da el lujo de llevar adelante estas y otras excentricidades en medio de una catástrofe sanitaria, económica y social de la que nadie quedó exento y que la afecta más que a ninguna otra localidad de Santa Cruz.
En todo caso, la pregunta que muchos se hacen es, ¿cuál es el origen de esta ingente cantidad de supuestos fondos “propios” que aparecen de la nada en un marco de depresión económica que hace que todas las localidades recauden menos y deban afrontar sus déficit de caja a través de los aportes que envía la Gobernación?
¿Puede inclusive una “gestión ordenada” como la que se autoadjudica el mismo Belloni cubrir la totalidad de los gastos corrientes de la ciudad pero, además, disponer de una cantidad de fondos sin parangón en toda la Provincia a partir de la sola recaudación de tasas e impuestos municipales? Los números, siempre fríos, siempre racionales, indican que no es posible.
Pero mientras la gestión bellonista sigue sacando de su galera mágica decenas de millones para la construcción de boxes, pistas de automovilismo y cines 3D, otros intendentes más humildes, con menos presupuesto y los pies sobre la tierra, no dudan y ceden el espacio del único gimnasio municipal de que disponen para poner en funcionamiento un comedor comunitario con capacidad para servir el almuerzo diario a 170 personas en situación de vulnerabilidad extrema.
Quien así lo hizo en mayo de 2020 fue Nestor Ticó, jefe comunal de El Chaltén. Con una cantidad de habitantes diez veces menor y una inversión de poco más de 3 millones de pesos (lo que sería apenas un vuelto para el municipio calafateño), Ticó fue capaz de garantizar un plato de comida caliente a cada chaltenense que a consecuencia de la crisis sanitaria no tuviera qué llevar a su mesa durante el invierno. De esa manera, logró revertir el fantasma del hambre en medio de los meses más duros.
Aunque para ser justos, no es cierto que el bellonismo no haya hecho nada por generar alternativas productivas. Sin ir más lejos, en 2014 creó una “Escuela Municipal de Artes y Oficios” que, según difundió en su momento a la prensa amiga, brindaría “la posibilidad de insertar a los jóvenes sin empleo en el mundo laboral”.
Como siempre la realidad, ajena a los anuncios rimbombantes que intentan maquillarla para que parezca justo lo que no es, no dio para tanto.
Los cursos y talleres que se brindaron en la escuela fueron casi una declaración de principios sobre cuál es el concepto de “trabajo” que maneja el núcleo duro del bellonismo. Pero en particular, sobre cuál es el modelo de desarrollo no inclusivo que nos propone a futuro: artesanías en bijouterie, pintura en piedras, tallados y calado de utensilios en madera, fabricación de dulces y licores caseros, pintura al óleo, aerografía, pirograbado de mates…
En resumen, la “Escuela de Oficios” municipal abierta en 2014 aspiraba a hacer de cada calafateño desocupado un consumado artesano precarizado con capacidad de vender sus producciones a los turistas y anotarse como feliz monotributista ante la AFIP. Cualquier peronista doctrinario, por mucho pero mucho menos, se agarraría la cabeza.
Es verdad que la famosa “Escuela de Oficios” no duró demasiado. Permaneció abierta hasta 2016. Después, sin mediar aviso y sin conferencias de prensa, cerró sus “talleres” sin pena ni gloria. La verdad es que la gran mayoría de los que pasaron por ella siguen estando hoy tan desempleados como lo estaban entonces. Hablamos, claro, de los que todavía resisten, de los que todavía no emigraron corridos por la falta de trabajo.
A eso y sólo a eso, se redujo la gestión bellonista en materia de trabajo, producción y generación de empleo al cabo de los últimos catorce (14) años.
Un gobierno que dispone de recursos de sobra, pero que se muestra sin capacidad, imaginación, ni voluntad política para buscar vías productivas por fuera del turismo porque (al ser sostenido por los mismos empresarios del sector) no puede planificar ni concebir el futuro más allá de las presiones que recibe del “lobby”.
Que anuncia campañas publicitarias como única solución viable para salir de una crisis social y laboral sin precedentes. Que hasta 2019 gastaba anualmente decenas de millones en fiestas del Lago, pero a cambio no contribuyó a crear un solo puesto de trabajo nuevo. Un gobierno que en plena pandemia encara la construcción de obras fuera de la realidad, como autódromos y cines 3D.
Que no es capaz de diseñar ni gestionar las políticas de estado más elementales, pero que tampoco resuelve problemáticas cruciales que son de su absoluta incumbencia y esperan respuesta desde hace años: desempleo; basura; perros; tránsito; consumo de drogas; violencia de género; situaciones de exclusión y vulnerabilidad en la infancia, la adolescencia y los adultos mayores; suicidio; planificación urbana; contaminación de la Bahía, el arroyo Calafate y la Laguna Nímez.
Que no se anima a debatir la aplicación de una tasa turística que podría ser destinada enteramente a asistencia social, remediación ambiental y fomento de nuevas actividades productivas; que no encara el estudio de estrategias para poner en marcha la impostergable diversificación de la matriz económica…
Un pueblo donde se hace cada vez más difícil conseguir trabajo o mantenerlo. Donde es necesario caminar calles embarradas a falta de veredas y transporte público para llegar al centro desde los barrios altos. Donde familias enteras sobreviven de la venta de ropa en ferias improvisadas o de pizzas y empanadas a través de Internet. Donde los sueldos de la mayoría alcanzan apenas a cubrir el alquiler, la comida, los impuestos. Donde las asimetrías entre aquellos que viven de las divisas del turismo y los que no son cada vez más profundas e insalvables.
Un pueblo que tiene ahora mismo núcleos de pobreza permanentes que serán muy difíciles de erradicar en tanto persista el derrotero inviable de las políticas actuales.
Un pueblo aparentemente perfecto, bucólico, conformado por unos cuantos empresarios ricos y una clase dirigente ufana, autocomplaciente y negadora, que hace lo posible por ocultar la vergüenza de las llagas sociales que avanzan sobre su proclamada postal de ensueño. Una ciudad de apenas 30 mil habitantes en la que falta trabajo y sobra gente.
Esta y no otra es la esquizofrénica y apabullante fotografía de la realidad calafateña. Construida a imagen y semejanza de un solo hombre. El hombre que gobierna solo, sin oposición, desde su psicodélico cielo de diamantes.
Si tenés ganas de ayudar a los vecinos que la están pasando mal en nuestro pueblo, no dudes en ponerte en contacto con cualquiera de estas organizaciones de la sociedad civil calafateña. Ellos son los verdaderos diamantes de esta historia.
Calafate solidario
Red Solidaria Calafate
Yemel Calafate
Olla comunitaria Calafate
Merendero Rayito de Luz calafate
(Salvo las declaraciones encomilladas, ninguna de las ONG mencionadas o personas citadas son responsables por las valoraciones y opiniones vertidas por el autor de esta columna).