Y pasó lo que suponíamos iba a pasar. Cristina Fernández usó la simbología para enmarcar un acting simulado de “defensa”, sin defenderse. Se produjo, fue al Senado, puso la bandera, un entorno de solemnidad y ordenó la coreografía externa por parte de una 400 personas que la vivaban junto a integrantes de La Cámpora, sin que significara nada para nadie, excepto para ellos que actuaban como auto-defensa.
La vicepresidente no dijo una sola palabra para desmoronar las pruebas expuestas por Luciani y Mola, sino que se dedicó a “desmentirlos” mediante el relato, los mandó a leer y atacó al gobierno de Mauricio Macrimostrando supuestas conversaciones entre José López y Nicolás Caputo, para “emparejar los delitos” (los de ellas y los de Macri), pero nunca explicó que ella y sus cómplices no cometieron los delitosque se le imputan. El objetivo por demás irrisorio de CFK fue decir entre líneas “Ven: si yo soy corrupta, Macri también lo fue”y con esa ley de la compensación, pretendió demostrar que durante 12 años no hizo otra cosa que lo que todos hacen: corromperse.
La señora en su afán por desperdigar culpas y destacar el accionar antojadizo de la justicia, recordó la maniobra de su esposo con el grupo Clarín y los negociados con Cablevisión. No escatimó esfuerzos por poner las culpas suyas en otro lugar, al punto de llegar al paroxismo cuando dijo que los 9 millones de dólares encontrados en los bolsos de José López, que el ex funcionario declaró se los había dado Fabián Gutiérrez, Cristina dijo que eran de Mauricio Macri.
No hubo sorpresa, fue todo una apuesta política sin sustancia ni ánimo de defenderse en juicio, sino solamente de montar un escenario desesperado ante lo inexorable de los acontecimientos que comenzaron a desarrollarse desde que dos fiscales pusieron en las pantallas de nuestros televisores, en carne viva los delitos cometidos durante 12 años de administración kirchnerista en nuestro país.
Con ese escaso bagaje de excusas, apoyo político de parte del peronismo cautivo y un lánguido argumento escapista y sin ningún fundamento judicial más allá de sentirse perseguida, apoyarse en la teoría del lawfare y de que la quieren proscribir como a Perón, Cristina Fernández mostró muy poco o nadacomo voluntad de defensa real por los delitos que se le imputan.
La obsecuencia desmedida de personajes como el presidente Alberto Fernández o las palabras edulcoradas de Sergio “panqueque” Massa, no suman más que ridiculez al ridículo oficial de un gobierno jaqueado por los problemas de su propia incapacidad, el cual trata tapar el desastre institucional, económico y social que ha provocado en 3 años, con la pátina grasienta de una defensa obscena, improcedente y berreta, dada desde las redes sociales y no en los Tribunales, lugar natural donde debería decir Cristina Kirchner, cómo rebate 9 días de alegatos cargados de pruebas que la imputan como jefa de una asociación ilícita y en cuyo proceso sus propios cómplices han declarado en su contra. (Agencia OPI Santa Cruz)